He vuelto. No se si he despertado o me encuentro una vez más en ese espacio indecible donde aquella oscura maravilla nos acecha. En fin, solo un respiro antes de acariciar mis miedos nuevamente. Déjame desandar mis cansancios por un rato, es martes y el calor de la portátil se siente bien sobre las piernas, en mitad de la sangre. Hoy por hoy todo es caos, un remolino de decisiones postergadas, el mareo constante de las deudas y las revanchas. La enfermedad me arrastró de vuelta a este terreno baldío donde soy un desconocido que alimenta las gaviotas del pasado. La diferencia está en que ahora todos se han ido, hay un naufragio extraño de puertas entreabiertas y cartas sin enviar, un reguero de pólvora para corazones extraviados que palpitan distantes entre la niebla, al borde de todos los bordes.
Martes, 20 de Diciembre, 2022. Déjame estirar este silencio que tomé prestado de los libros de Alejandra, déjame caer en el letargo del copal y ese hilo de humo que disuelve los límites de la ventana. Ahora puedo caer con menos miedo en este pedazo de soledad que algunos llaman sombra y que muchos toman a la ligera. Yo me la tomo con dos dedos de frente y un sorbo de Fernet que me recuerda cuan amargos pueden ser todos, cada uno de estos días. Anda, tírame un cabo, algún salvavidas, la habitación se inunda de ese humo blanco de ese hilo que crece que sube en ascensor como pez muerto, como hielo volviéndose nada en algún vaso vacío. Son casi las 3 de la tarde y el sol acusa el cansancio que nos merecemos, palidece el afuera y todo se va llenando de ese color como de whiskey en vasos de plástico. El atardecer es borroso y triste y todo huele como a polvo de cocina, como a esos rincones a donde nunca llega nadie, nada. Iré a llenarme un poco de ese afuera, pintaré mi rostro con esa palidez que anuncia lo peor. Luego abriré los ojos.