Ya no le doy importancia a nada, Alaska, ni a cuantas calorías tenían las cervezas que no pagamos, mucho menos a los billetes que arrugabas con violencia ante la ansiedad de dejar la propina. Y ni hablar de tu borrachera sincera y feliz, negándome todo lo demás y diciendo en pocas palabras ―o muchas, no había forma de saberlo― que soy muy lindo pero lo suficientemente idiota como para dejarme arrastrar a este juego. No pretendía ser un héroe pero es que eres condenadamente bella cuando intentas aparentar que todo te da risa mientras te balanceas sentada en tu silla.
A lo mejor es como me dijiste hoy y de verdad fuiste such a bitch conmigo. Pero una vez más, Abraham, no había forma de saberlo. Todo siempre es relativamente bueno hasta que llega el día siguiente. Supongo que así funciona.
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