jueves, 20 de diciembre de 2007

Los peces no lloran

Una vez más la noche de bajada y yo evitando todo tipo de pensamiento no apto para los de este lado. Tantas cosas que arremetieron sin tregua, desde los “cigarrillos” mañaneros de un amigo, el viaje sin boleto de vuelta, su llamada a las 6:31 a.m., mis errores y la estupidez de siempre. Pero esta vez más bella y más absurda. “Siga de frente, maestro, de frente por favor. Los peces no lloran.” Me escucho una y otra vez repitiendo esto, al filo del acantilado, justo cuando pienso estar en lo correcto y la acuosidad del fin se hace tangible. Sin embargo ha volteado. Giró a la izquierda y volvió a todos los comienzos. Mi estado no permite ambigüedades: me ocuparé del resto y dejaré mi mochila atrás, junto al ron y los reggaetones. Cada quién con sus cosas y aun así todos mezclados en esta mueca intransigente, en el vértigo de las avenidas cada vez más vacías. Toda la contingencia de las voces las canciones y más minutos en el retrovisor, más de ese silencio del que me habló Kike. Go ‘way from my window, leave at your own chosen speed. No, por la ventana es más rápido. Y más fácil arrebatar el sonido jamás pensado, la oscuridad que faltó en ese rato, mientras eliges tus modos y yo en el rincón de siempre, mirando.

Sigo aquí, en la voluptuosidad de este grupo que desciende junto a mí a esos últimos fondos. Nada cambiará, salvo la estación de radio y una que otra permutación en los asientos. Al fin algo de responsabilidad, los árboles ya no huyen, parece el final del túnel. Los cerros, el aire, el sol, cada muro y cada voz confluyen en el mitigante parpadear de una señal que no llega, ni a mi vida ni a mi celular. (De qué sirven tantos juegos tanta bulla si llegaré al paradero de siempre con la llave en la mano, y la puerta de siempre se cerrará al entrar y el gato en el techo y otra vez más de esto.) Por eso no, huiré por la auxiliar de sus “misios”, dejaré toda noción de mi nostalgia debajo de los mp3s suicidas mientras me abandono al palpitar inconexo de algunos corazones que comparten conmigo esta última cena periódica. Lo único que me ata a la ciudad son esos cables altos e infinitos.

Debo limitarme a coger lo que pueda y partir. Compartiré mi páramo si lo pides, no importa, sólo deja de mirar con esa inquietud. Ella mira con algo que jamás entenderé, y se acerca y vuelvo a caer en esa verdad que busco. Tes yeux sont la citerne où boivent mes ennuis. Se hace necesaria esta clase de brebajes oscuros; es menos triste sufrir sentado que de pie. Así perturbas todas mis ansias, y en la alquimia de cada condición no expuesta tejeré una manera de no hallarme, la llamada que imaginé o el mensaje que se borró. Toda mirada trasciende en juego, en duelo, y el síntoma de toda muerte empieza donde ellas terminan. Han terminado todas para mí, pero el carro giró y estoy donde me quedé. No hay game over ni “reseteadas”. Mi vida se resume en el pause para hacer un cambio en la alineación.