miércoles, 18 de junio de 2008

Damn it!

Malditas batallas que no paro de perder, cuando los límites se han extraviado y donde sólo intento repetir un nombre conocido… o al menos una frase que recuerde. Esto de robarle intentos al porvenir es una señal intermitente, algo que sabe de centros pero no de promesas. Yo tampoco lo supe hasta hace unos días, cuando comprobé sin asombro que mi silla, el lápiz que recorrí o la misma chompa colgada en el ropero eran demasiado contingentes como para provocar este enredo. No sólo se vive de estas cosas, es más, es probable que algunos te obliguen a preguntar si otros tienen cambio de 10 soles o si te pueden llevar por cincuenta céntimos. No hay más huidas, tampoco fotos sueltas en álbumes imaginarios, no tengo más que frío, deudas y permisos sin firmar. Porque el invierno me hace tentar cualquier rincón en la estepa, algo de lumbre para arropar dos manos caídas, esto o aquello que no imagino pero sé que existe. Tantos bordes cubiertos de hormigas, protectores de pantallas, de tinieblas y de sospechas, tanto y tanto lo que refleja este paradero de aviones que no vuelan, muchas ventanas para mirar pero nadie a quien escondérselas. Todo es un problema de ventanas, de espacios que habitas y deshabitas, corredores inminentes detrás de cada baúl que ocultas entre cortina y cortina. Qué tonto verte intentar ese sonido que tropieza con tus mañanas, el odumodneurtse de tus labios al palpitar y estremecerse, agobiados por la prisa que te conozco. En estos días es bastante difícil encontrar un sentido a toda la vorágine de formas que dibujaste con los pies, en una serie discontinua y efímera, donde tu planeta de impares asume el desequilibrio que tanto anhelabas. Maldita contingencia, tuviste que ordenar su mundo en parejas. Su mundo de impares, ordenado de a dos. Y un conjunto unitario. Más que unitario, vacío. x = { }

Cómo inventarse otro final

Extraño ser el último en entrar, ese mongo que ha desordenado su cabello por hacer una cara graciosa, pero siempre las cosas salen mal y no es nada ajeno a mí. Mucho hay para extrañar, capacidades extraviadas en algún rincón de los jardines reciclados, actitudes que odiaba y nociones inciertas acerca de lo que estaba dejando atrás. Mira, si hay algo cierto debajo de cualquier línea, no es nada que no se haya dicho antes. Pretendo de algún modo jugarme lo que tengo, ese sudor bajo mis dedos no conoce del fuego tras la puerta. Pero mis ojos sí. Lo sé porque estuve allí, porque desplegué las alas que me devolviste sin instrucciones, porque mire a través de la ceniza en que se iban convirtiendo. De todos los fondos, siempre dejaste los más duros al final; este tenía mi nombre, mis huellas y muchas sombras. Inútil andar abriendo puertas para no salir, y de pronto algo que rompe a llorar en mis hombros. Era tu ruido de noche, la ubicuidad de tu pequeña muerte. ¿Cómo inventarme en tu sueño alguna puerta de emergencia, alguna señal que me anclara a cualquier mundo distinto? Y sin embargo no grité, porque no era necesario advertir que aún tenía la palabra. No grité. Además no hubiera acertado a tu conjuro. A veces me invento otro final, algo que tiene mucho que ver con gatos durmiendo bajo la lluvia. Hoy no llueve, pero no importa, de todas formas, cada noche suelo extender lo que queda de mis manos y mis labios entre la eternidad de mis muros. De pie, en silencio, espero que caigan de una en una, de dos en dos, …