jueves, 18 de agosto de 2011

Las cartas de la ayahuasca [Fragmento] (W. Burroughs / A. Ginsberg)

¿ME ESTOY MURIENDO, MÍSTER?

[…]

Esa quejumbrosa Panamá se colgó de nuestros cuerpos – Entré en el bar de Chico con un mohoso recibo de casa de empeño, esperando en película de 1920 un ron con cocacola – Carne nitrosa bajo este antro barrido por tu voz: «Metiendo clavos en mi ataúd» - Pájaros comedores de sesos patrullan «Tu corazón traicionero» - Postal muerta aguardando un lugar olvidado – Ligera conmoción de película de 1920 – Adolescentes despreocupados se habían sometido a procesamiento especial de reclutas – La tarde desnuda en la carne del muchacho – No hacía más que intentar tocar en sueños - «Viejo truco de fotógrafo, espera a Johnny – Ahí va el cementerio mexicano.» En el malecón conocí a un chico con una camiseta de rayas rojiblancas – Ciudad P. G. en el crepúsculo púrpura – El chico se despojó de su ropa interior sucia raspando una erección – Lluvia tibia en el tejado de hierro – De pie desnudo bajo el ventilador de techo en servicio de cama – Cuerpos tocaron película eléctrica, hormiguearon chispas de contacto – Soplos de ventilador de joven duro en camiseta lavada de adolescente – Los olores de sangre las voces ahogadas y el final de la línea – Eso es Panamá – Película triste derivando en islas de basura, negras lagunas y gente pez esperando un lugar olvidado – Antro fósil barrido por un ventilador de techo – Viejo truco de fotógrafo los barrió de las ondas.

«¿Me estoy muriendo, Míster?»

Fogonazos ante mis ojos hoscos y desnudos – Viento de alba podrida en sueños – Podredumbre de muerte en foto de Panamá donde aletea el toldo.

domingo, 14 de agosto de 2011

Al final de una estrella

La lluvia está borrando la ciudad. En mis manos, ese murmullo como de grillos en una lata vacía. Una lata muy vacía donde las paredes devoran la noche y se atropellan en la soledad más distante. Es verdad, la lluvia caracolea por la ventana y los bordes de mi desconcierto son cada vez menos evidentes. He apagado las luces y las cortinas, el viento es oscuro y humedece lentamente los contornos de las cosas. Todo parece incierto o acaso improbable: esos pequeños destellos que me llegan como la intermitencia de una luciérnaga al filo del abismo, ese olor a calle mojada que se despega del asfalto como un grito de renuncia casi extinguido. No soporto más este silencio de lámparas y papeles: es un hueco que asciende como el polen de la mañana. Tardo en darme cuenta que no asciende, trepa.

Una burbuja de miedo que corre haciendo eses como un río de pólvora al final de una estrella.

lunes, 8 de agosto de 2011

Desde una habitación sin ventanas

Por un instante, solo un instante, reparo en el reflejo de mi figura en la ventana. Mi rostro es el de otro o quizás es el de nadie, una mancha irregular y trémula que deja traslucir la noche del otro lado, la calle, la humedad de la madrugada. Reparo también en un asunto puntual: el curso “normal” (estirando un poco el término, demasiado diría yo) de mi escritura se ha visto gravemente afectado, o más que afectado podría decir detenido, averiado, incluso espaciado por tiempo indefinido. Y, extrañamente, no es por falta de tiempo ni voluntad, o puede que lo sea pero no, es otra cosa, es un efecto raro de carencia o la falta de este, digamos que ambas cosas. Suena un poco loco pero no hay otra manera de decirlo. En realidad, sí que la hay pero un escritor, un tal Vallejo, me robó los créditos: “Quiero escribir, pero me sale espuma.”

Y, desde otra acera, mi amor desmedido y fetichista por los libros ha vuelto. Con la leve mejoría de mi estado bancario ha crecido también mi poder adquisitivo, y, para sorpresa de mis fueros más internos, he volcado ese mediano presupuesto hacia las librerías online. Me siento aplicado. Solemne y ridículamente aplicado al ejercicio de la lectura, en estos días donde la vida se va pareciendo un poco menos o un poco más a cualquier Chagall visto a través de una botella de vino en una habitación sin ventanas.