lunes, 4 de octubre de 2010

Almita de animal redundante

No nos cuesta nada dejar de pagarnos las desdichas a largo plazo, no es tan difícil (dicen) olvidarnos de apagar las luces al salir, o de encenderlas al entrar, error de perspectiva. El punto es que siempre procuramos cancelar, por adelantado (perdonen el plural), toda una vida de ilusiones marchitas, toda una noche de tropiezos en el mismo rostro. Es el cáncer que hemos de beber.

Esta imposibilidad por una literatura “feliz” se me antoja en cada tacto, quizás desde un otoño (o era invierno) sin fecha ni nombres, desde las faldas de mamá, desde el corazón desgranado de un gato que no deja de llorar. Y no deja de llorar. Este pacto con la amargura no es gratuito ni bienvenido, bien lo sabes, me apagaron las luces y los postes solo saben parpadear para sí mismos, un poco para la lluvia. De todos modos, estas podridas estaciones me llevaron a descubrir un pequeño momento en cada tarde donde la inmovilidad es lo cotidiano, lo real, un espacio donde el tiempo se estira se estira, mirando a través de mi bolsillo o la ventanilla entreabierta de la camioneta. El viento solo suspira detrás de tu espalda, te da la bienvenida mientras golpea tu mejilla y la conforta, no es ningún hombro y mucho menos un Kleenex pero te da la mano bien dada y lo demás importa poco. Cada tarde tiene este pedacito de nube, agujero de gusano donde las millas se hacen polvo y caminamos en algodón (de azúcar si quieres) y los recuerdos se te escurren calle abajo, en el drenaje. En cambio la noche siempre es la misma, hinchada de vidas que se trastocan o se intercambian por boletos de autobús, cocaína, animalitos luminiscentes alrededor de la bombilla que proyecta siempre la misma sombra, criaturas como yo, con mi alma en el bolsillo dando golpes inermes al cristal de luz. La pantalla aguanta todo y no admite trascendencias, sé muy bien que a estas horas en este segundo estas igual que yo, oculta en el anonimato de tus teclas, del otro lado de esta condena, aceptando solicitudes de amistad o diciéndole a alguien que sí, que el viernes te parece perfecto. A veces quisiera que no me importe pero luego miro mis alitas, deshechas de pegarle tanto y tanto al mismo vidrio. Almita de animal redundante.