martes, 22 de marzo de 2011

yan-ken-pó

Es en noches como esta donde me doy cuenta de que estoy más solo que nunca. Los lunes siempre son así, una mierda, ni siquiera el trabajo es una sana distracción porque Alaska ya no está. Simplemente repasar los mismos protocolos, hacer rollos y servilletas, vasos, platos, repetir mis pasos y añadirlos a la lista de años perdidos. Matemática básica. Ni siquiera llegar a casa es un alivio, siempre está esa otra cosa que nos empuja a hacernos las preguntas de toda la vida, ese silencio que arrincona los sentidos hasta la gravedad, esa turbación que me lleva a la sala, al sillón, a la misma novela en HD. Este vino tampoco arregla nada. Cabernet Sauvignon, Alexander Valley, 2009, todo pierde validez y se empoza entre la gata y el teclado. Converso con Perú, la gente que va y viene o viene y va o como quieran llamarlo, esa gente que quiero al punto de sentirme agraviado con su felicidad, con la efimeridad de su libertad redundante, estúpida, pero libertad al fin. Las mismas personas y sus FAQs, sus mecanismos de defensa que no dan tregua a nadie, menos aún a ese pata que conocieron hace años pero cómo has estado brother? Esto es una trampa del tiempo, esa clase de juegos que nos habla de circunstancias inciertas y molinos de viento. Esto es un jardín de senderos que se bifurcan, una ironía, un puto mensaje de voz que jamás termina. Finalmente, esto soy yo. El mismo imbécil del yan-ken-pó contra sí mismo.

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