lunes, 8 de agosto de 2011

Desde una habitación sin ventanas

Por un instante, solo un instante, reparo en el reflejo de mi figura en la ventana. Mi rostro es el de otro o quizás es el de nadie, una mancha irregular y trémula que deja traslucir la noche del otro lado, la calle, la humedad de la madrugada. Reparo también en un asunto puntual: el curso “normal” (estirando un poco el término, demasiado diría yo) de mi escritura se ha visto gravemente afectado, o más que afectado podría decir detenido, averiado, incluso espaciado por tiempo indefinido. Y, extrañamente, no es por falta de tiempo ni voluntad, o puede que lo sea pero no, es otra cosa, es un efecto raro de carencia o la falta de este, digamos que ambas cosas. Suena un poco loco pero no hay otra manera de decirlo. En realidad, sí que la hay pero un escritor, un tal Vallejo, me robó los créditos: “Quiero escribir, pero me sale espuma.”

Y, desde otra acera, mi amor desmedido y fetichista por los libros ha vuelto. Con la leve mejoría de mi estado bancario ha crecido también mi poder adquisitivo, y, para sorpresa de mis fueros más internos, he volcado ese mediano presupuesto hacia las librerías online. Me siento aplicado. Solemne y ridículamente aplicado al ejercicio de la lectura, en estos días donde la vida se va pareciendo un poco menos o un poco más a cualquier Chagall visto a través de una botella de vino en una habitación sin ventanas.

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