domingo, 14 de agosto de 2011

Al final de una estrella

La lluvia está borrando la ciudad. En mis manos, ese murmullo como de grillos en una lata vacía. Una lata muy vacía donde las paredes devoran la noche y se atropellan en la soledad más distante. Es verdad, la lluvia caracolea por la ventana y los bordes de mi desconcierto son cada vez menos evidentes. He apagado las luces y las cortinas, el viento es oscuro y humedece lentamente los contornos de las cosas. Todo parece incierto o acaso improbable: esos pequeños destellos que me llegan como la intermitencia de una luciérnaga al filo del abismo, ese olor a calle mojada que se despega del asfalto como un grito de renuncia casi extinguido. No soporto más este silencio de lámparas y papeles: es un hueco que asciende como el polen de la mañana. Tardo en darme cuenta que no asciende, trepa.

Una burbuja de miedo que corre haciendo eses como un río de pólvora al final de una estrella.

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