sábado, 3 de noviembre de 2007

Manual de normas

Pero te toca y no lo puedes evitar, y en todo vano intento dejas una mirada sin ver, una cita sin final o un celular sin saldo. Hablamos, dejamos los planes hechos y embarcamos caminos distintos hacia lugares donde el final no se ve pero se sabe que felices no son. Ya desde antes, tres o más horas de estudio, concentrado en cada errata del Manual de normas de KFC y en la mosca que se desplaza perpendicularmente a mi mesa, en la ventana. Muy atento también a los movimientos ceremoniales de un rostro que produce ciertas cosas en mí, pero no sé exactamente qué ni cómo ni porqué. Esto me agrada, me abruma, me perturba, todo a la vez. Sí, todo anda mal, desde las estúpidas sonrisas hasta los datos innecesarios que anoto en mis hojas. Ambas cosas tontas, poco serias, menos productivas —ahora que lo recuerdo— que una noche en esos guariques recurrentes, con muchas Brahmas a 3x10 y mujeres talla 30x32, pero lejos, bien lejos de nuestra mesa.

Acaso una salsa sensual evite el desborde, la afloración de un sentimiento desesperado, mientras allá otros cuatro juegan a robar celulares en el sudor de una batalla donde abunda el humo y los ganadores son pocos. Más olor a tabaco mezclado a la irreprimible testosterona que nos mantiene de un lugar a otro, en un movimiento pendular de caderas y vientres, en una vorágine de formas confusas, labiales de mercado, teléfonos falsos. Los más audaces, los que entramos en esa pose de intelectuales sofisticados, quedaremos constantemente relegados a las sillas, a recostarnos en la pared bailando con la sombra de algún “mensaje misio”.

“Mira esas flacas, están mirándonos hace rato.” Lo sé, parecen mirarnos, la misma trama de los imponderables que se agitan entre nosotros, desde nosotros hacia más allá de una necesidad de ojos, manos, labios y messengers. Y la ansiedad inversamente proporcional a la liquidez de nuestros bolsillos, a la falta de “liquidez” de nuestras gargantas. Aún así, cantamos y nos reímos en la ubicuidad de una risa mayor, sorda, innumerablemente absurda. Seguimos siendo nadie: tantas separatas y teorías y manuales de estilo… ¿para qué? En lo tangible de nuestra realidad nocturna se evidencia la nulidad práctica de todo ese bagaje académico, insuficientemente “florero”. Mejor es partir, dejar atrás esos baños con puertas estilo “The Wild Bunch”, ese infierno de luces superpuestas, el ajedrez del piso donde no hay coronas, alfiles ni caballos, sólo peones, simples peones, y una que otra “reina”. Adónde iremos cada vez que se enciendan las luces en los postes y el anuncio de la noche irrumpa en cada vaso vacío y todo camino conduzca al desvío Venezuela-Universitaria.


Ahora ya nada es tan importante, ni el Manual de normas que sólo hablaba de un tal Fahrenheit abreviado, acrónimos mal armados y un sin fin de letras que al final sólo conjugaban un par de nombres antagónicos. Sigo creyendo que la mejor solución a todo esto es la muerte simbólica de todo lo que sea ajeno a mis necesidades primarias. Comer poco, dormir mucho, llorar, fumar… con eso creo que bastará. Lo peor viene cuando me hago protagonista de una vida que no estará más. Y el instinto y la capacidad de amar, la soledad, el miedo, la carencia… Ya no recuerdo cómo vivir. Es extraño porque hoy creí volver al juego, pero fue un simulacro. Alguien activó la alarma conmigo adentro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La tripa te lo agradece