sábado, 3 de noviembre de 2007

Octubre 12

Hundido sin descanso en estas horas donde se encienden las nostalgias más duraderas y los puchos que se acortan. Imagino que voy por algún lugar que fue de ambos y, en la desnudez de ese viento que una vez te enfriara los pies, me deshago de las cenizas que se perdieron en el repaso de tantas calles. De pronto más canciones que o bien tú me dedicabas o yo no te dejaba dedicarme, pero que finalmente eran de alguien ajeno. Y me hablan justamente de perderme en la ciudad, de verte sin querer y de llorar. Quiero hacer durar esta condición humana y deprimente de animal solitario que dibuja en una almohada tantos sueños que ya no llevarán tus paletas de maquillaje ni tus cartas con stickers y dibujitos. Es siempre bienvenido el sabio consejo de algún noctámbulo igual a mí, la mano en la espalda de algún desconocido que sostiene un vaso con Cartavio Black en la otra mano. Las mismas palabras en distintos labios, distintas voces, diferentes lugares. Ahora se hace tangible la carga semántica y absolutamente cierta de la palabra carencia. ¿Quién preparará los panqueques, ahora que urge calmar el ansia de una boca que sólo sabe extrañar? ¿quién se dormirá en mis brazos mientras leo algún libro que jamás terminaré? ¿a quién he de recurrir cuando las lágrimas se acaben y no encuentre una pared donde colgar tu ausencia? Miraré todos los fondos de cada noche, quizá por las tardes andaré recogiendo pupilas donde reflejarme, hallaré tus manos en algún teléfono desde donde llamabas para esperarte en tal esquina, tu casaca en una extraña, tus balerinas en oferta 2x1. Más allá de todo esto, la angustia de saberte peor que yo.

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