viernes, 20 de mayo de 2011

Cometas en Alaska

Es otra tarde menos en tus cuentas y aún no sabes limpiarte bien las mentiras, vamos, dime tus miedos, dame esas cosquillitas en tu espalda, yo sé que te apetece el mundo más allá de esta autopista que retrocede en mis ojos indiferentes. Nena, los carteles te llevan a la realidad pero la verdad es la que tú te inventas, esa que eliges entre frutos verdes y semillas de geranio. Te asustan todas esas huellas que miramos alucinados en el parabrisas, en la ventana del restaurant, dedos de gentes a 35rpm que giran en medio del azar y la tormenta. Está bien, nena, al parecer supiste ocultar las llaves y de pronto no tienes más excusa que decir que me odias porque nunca llegue a tiempo, pero qué culpa tengo yo si el mensaje de texto rezaba (sin asunto). Sí, es evidente que nunca fuimos los mejores enemigos pero entre los peores nos tomamos de las manos y reímos como idiotas cuando el silencio era tan gordo que no entraba jamás en el encuadre. Tomabas nota de mis instintos y resolviste el crucigrama con precisión, me ganabas siempre al ajedrez y eso que nunca supimos para que servía el enroque ni por qué los caballos se mueven en forma de L, es absurdo. Lo sé, tu lógica no admite discusión, es un cúmulo de ideas escritas en cartón, bulletproof, y ese sentido común adornando los manteles de la cocina. Nena, desde siempre nos estuvo prohibida la eternidad y estaba escrito en las instrucciones, debajo de ADVERTENCIA. Por eso ahora te miro alejarte en todas direcciones, un poco como esa imagen de la servilleta de papel en la pileta de la plaza, sumida en un tiempo ajeno al arañazo de esta humanidad que nos transforma constantemente. Ahora estás allá, del lado del adiós, donde la nostalgia es esa maravilla que nos cambia de canción en el momento menos indicado.

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