lunes, 16 de mayo de 2011

Durmiendo en la cocina

De cuando en cuando le entran a uno las ganas de mirarse y preguntarse por qué tantas cosas no dichas, cómo llegamos a esta silla o cuando fue la última vez que volvimos a Vallejo. Porque uno siempre vuelve a Vallejo. Y es entonces y no después cuando nos damos cuenta que nada nunca tiene un por qué. Todo fue como tratar de orientarse en medio de la oscuridad: siempre llegamos a destino pero después de dar tumbos, caer un poquito, patalear y llorar. Quizás es como dice Ribeyro y siempre dependí del azar y las circunstancias para estar hoy sentado en esta silla y no escalando los Alpes suizos con Frederick, Sasha y Mercedes, la española. Fácil que sí, tuve que nacer y crecer en Perú, tuve que abordar un Boeing 737 Lima-Atlanta-Salt Lake City / Delta Airlines, tuve que dejar correr el agua en el lavabo antes de cepillar mis dientes,… Podría seguir pero prefiero (y amo) mi clandestinidad. Y, por supuesto, también dependemos del Otro, no el lacaniano sino el más descifrable, digamos ese amigo que nos quita los zapatos cuando ebrios, esa mujer que nos tomó de la mano en un mediodía gris camino a la universidad, o también por que no los vendedores de hamburguesas, la puta de la esquina, mi papa y sus monedas, mi almohada de pollitos. Esa gente que viene y va, los que se quedan, los que ya no están más. Y, por si fuera poco, también están la música y los libros, pero ese es otro tema. Hoy por hoy el arte es un cliché, así que por ahora this is enough. Debo irme: deje al azar durmiendo en la cocina.

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