domingo, 2 de enero de 2011

El camino de regreso

Todo se vuelve insostenible a cierta distancia. Quizás no sea polvo ni levedad pero el maldito invierno solo sabe de fórmulas erróneas. Una guerra de nombres que jamás aprendí a jugar, error del maquinista podrían decir. Todo se cubre de imágenes, de nieve o de sustancias menos ciertas, las canciones se suceden y la normalidad tiene el rostro de todas las cosas, excepto de esta noche a medio beber.

Verás, cuando te conocí, me miraste sin verme, huraña, celosa de tu tiempo y de las promesas que sabías te iba a arrebatar. Esos ojos que siempre te envidié, esa manera tan propia de tu especie, la luz de la tarde que se endurecía en tu costado mientras te dabas vuelta y me dejabas con el corazón palpitando en mis zapatos. Si te volví a ver fue solo por tu miedo a quedarte sola, en el fondo ambos sabíamos qué era lo que nos esperaba: tú me dabas tu vida, yo a cambio, mi soledad. Era lo justo y nada podía tener más sentido. Pero nadie te dijo salta y tampoco lo hiciste, te empujaron quizás. Todos nos empujaron a estas esquinas, a la inevitable sorpresa que ahora nos detiene frente al horror de una casa sin rincones. Era Lima y era nuestra, ¿recuerdas? Nunca fuimos tan felices pero las madrugadas nos podían durar más que cualquier otra cosa y eso bastaba. De pronto saltabas a mi lado y en tus ojos brillaba el miedo de saberte perdida por mi culpa. Y aun así todo estaba bien.

Mis manos jamás sirvieron para los regresos, en realidad creo que no estuvieron cuando debieron; insuficientes y humanas, extraviaron tus sonidos en los techos absurdos del vecindario. Has debido olvidar el camino y no te culpo; de no ser así ya hubieras vuelto, en esta noche donde casi todos duermen y nadie ganó a la lotería.

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